jueves, 7 de marzo de 2013

El claro reflejo

Hace unos días, en uno de los descansos entre clase y clase en la Facultad, me entretuve comentando con un compañero la situación política en general del país. Me resultó muy estimulante y me dio varias cosas que pensar: Este compañero de facultad es de ascendencia chilena, posee la doble nacionalidad, y me estuvo comentando que a pesar de vivir muchos años en España no acababa de poder identificarse como español. Me decía que no había conseguido desarrollar un sentimiento razonable de apego al país, ya que veía que la política, la sociedad, sus valores y cultura estaban especialmente viciadas, y consideraba su futuro lejos de aquí. Si alguna vez se dedicara a la política o a la diplomacia, querría hacerlo desde Chile y no desde España.

Me comentaba cómo había podido observar en este tiempo algo que consideraba típicamente español: el hablar de todo sin saber de nada. En cualquier otro país, me aseguraba, si preguntas a una persona sobre un cierto tema lo más probable es que te diga que no conoce el tema, por lo que no puede darte una opinión fundamentada y objetiva al respecto. Sin embargo, aquí somos especialistas en criticar y hablar sobre todas las cosas, las conozcamos o no. Lo habitual es oír un “yo no conozco sobre el tema, pero si te diré que…”. Y claro, lo habitual de esto es que se generen opiniones poco fundamentadas, que no se atienen a la realidad, pero que sin embargo se extienden como la pólvora.

Lo más curioso es que en cuanto rascas un poco, salen a relucir incoherencias profundas. La de mayor actualidad seguramente sea la que tiene que ver con la política y los políticos, últimamente muy asociados (por méritos propios) a corrupción. ¿Quién no ha oído (e incluso entonado en alguna ocasión) el “si es que en el fondo todos son iguales” y/o “todos son unos ladrones y chorizos”? Podríamos considerar este tipo de afirmaciones en momentos determinados como meras formas de desahogo ciudadano, pero lo gracioso viene a continuación: ¿Quién no ha oído tras ese tipo de afirmaciones un “…aunque si estuviera en su posición, yo también robaría”, o “cuando algún día llegues a algo, acuérdate de mí”? Es la falta de coherencia, de aplicación en las acciones de uno mismo lo que se pide en las acciones de los demás, lo que resulta esperpéntico. Mi compañero y yo compartimos en este punto una opinión que a ambos nos parecía básica para entender el porqué de esta situación: La clase política no es más que un fiel reflejo de los valores de los que adolece la sociedad.

Si echamos una vista a nuestra historia, pareciera que la corrupción fuera el sino de España, una parte inseparable de su esencia, en momentos más, en momentos menos, pero siempre ahí presente. En algunos momentos más aceptada mientras no afectara a mí bolsillo, en otros momentos el eje central de los problemas de España. Sinceramente, no creo que podamos echar nada en cara a nuestros representantes políticos, simple y llanamente porque nosotros les hemos puesto ahí

Deberíamos de preguntarnos primero si nosotros estamos dispuestos a cambiarnos, a cambiar nuestros valores, a dar ejemplo y predicar con él antes de echar todos los balones fuera y culpar a los demás sistemáticamente de nuestras desgracias. Deberíamos revisar nuestras conductas propias si queremos de verdad cambiar las cosas. Aunque ciertamente creo que aquí se nos han juntado ya demasiados problemas que no hemos resuelto, ya que realmente la política española necesita de renovación, adaptación y cambios profundos si no queremos ver a la antipolítica ganar la partida. ¿Sobreviviremos a ésta? O mejor dicho, ¿Cómo sobreviviremos a ésta?

Publicado originalmente en el periódico digital A pie de Calle.

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